Vistas de página en total

martes, 11 de septiembre de 2012

11 de Setiembre de 1973: La tragedia chilena


Escrito por Alejandro Iturbe   
Martes 11 de Septiembre de 2012
El 11 de setiembre de 1973, las Fuerzas Armadas chilenas y el Cuerpo de Carabineros (Policía) llevaron adelante un sangriento golpe contra el gobierno de la Unidad Popular (UP), encabezado por el presidente Salvador Allende. El Palacio de la Moneda, sede del gobierno donde se encontraba Allende, fue bombardeado y, luego de una débil resistencia al ataque, Allende se suicidó. Decenas de miles de activistas fueron detenidos en las fábricas y barrios obreros y populares. En Santiago, el Estadio Nacional de fútbol se transformó en una gigantesca cárcel. Muchos detenidos fueron torturados y luego asesinados.
Terminaba así, trágicamente, la experiencia de la llamada “vía chilena al socialismo”, basada en la supuesta posibilidad de llevar adelante la transformación del capitalismo al socialismo desde dentro de las instituciones y las elecciones burguesas, de modo pacífico y sin quebrar al Estado burgués ni a sus fuerzas armadas. De acuerdo a toda la experiencia histórica y la teoría marxista, la “vía pacífica al socialismo” culminaba en una vía violentísima hacia el régimen semifascista encabezado por el general Augusto Pinochet.
Esta experiencia había comenzado a finales de 1970, con el triunfo del candidato presidencial Salvador Allende por la Unidad Popular (coalición formada por el Partido Socialista [PS], el Partido Comunista [PC], Movimiento de Acción Popular Unificada [MAPU] y el pequeño Partido Radical) sobre sus oponentes del Partido Nacional (Jorge Alessandri) y la Democracia Cristiana (Radomiro Tomic). Allende había obtenido el 36,6% de los votos. El Congreso, luego de intensos debates, lo proclamó Presidente de la República, con el apoyo de los legisladores de la DC, y asumió el 24 de noviembre.
El proceso chileno fue acompañado con muchísima atención por toda la izquierda mundial. También, como no podía ser de otra manera, generó intensas polémicas entre las diferentes corrientes sobre su contenido, el programa que debía ser aplicado por las organizaciones revolucionarias y sobre sus perspectivas. En este artículo, queremos presentar los análisis y las posiciones de la corriente morenista, hoy representada por la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional, LIT-CI, expresada entonces en publicaciones del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) de Argentina y de un pequeño núcleo de militantes morenistas en Chile.
Contexto internacional
Para entender estos debates, es necesario tener en cuenta el contexto internacional en que se dio el proceso chileno y cómo éste influyó en el país. Desde finales de la segunda guerra mundial, el imperialismo estadounidense desarrollaba una ofensiva colonizadora en Latinoamérica, ya iniciada a finales del siglo XIX, para asegurar y consolidar el subcontinente como su “patio trasero”. En Chile, y también en Argentina, esta ofensiva se había visto retrasada con respecto al resto del subcontinente porque ambos países estuvieron dominados por Inglaterra que ahora retrocedía como potencia mundial.
Esta penetración estadounidense provocaba, junto con el desarrollo de nuevas ramas de la economía y la decadencia de otras, cambios estructurales y políticos en las burguesías nacionales. Es lo que explica que la burguesía chilena se dividiera en dos grandes partidos: los viejos sectores más oligárquicos seguían en el Partido Nacional (PN), mientras los nuevos, más ligados al desarrollo capitalista reciente, impulsaban la Democracia Cristiana (DC).
Al mismo tiempo, la ofensiva yanqui provocaba en varios países dos procesos que, muchas veces, se combinaban. Por un lado un ascenso de masas contra las consecuencias del saqueo imperialista y, por el otro, una tibia resistencia de sectores burgueses que querían mejorar un poco sus condiciones de sometimiento.
En el marco de la llamada “guerra fría” y de la política exterior del “anticomunismo” llevada adelante por los gobiernos estadounidenses de la Segunda Posguerra, cuando el proceso de masas amenazaba irse de las manos o el imperialismo yanqui consideraba que sus intereses estaban amenazados, impulsaba sangrientos golpes de Estado como en Guatemala, en 1954;  Argentina, en 1955 o Brasil, en 1964.
En el momento en que se desarrolla el proceso de la Unidad Popular, se vivían importantes procesos de ascenso de masas en Chile (venía del anterior gobierno demócrata-cristiano de Eduardo Frei), Bolivia, Argentina y Uruguay.
http://www.litci.org/images/image/11_setembro_chile.jpgLa división de la burguesía chilena
Lo cierto es que, desde antes de asumir la UP, la burguesía chilena estaba dividida frente al proceso de ascenso y esta división se mantuvo, por todo un tiempo, en la política a tener frente al gobierno de Allende y se expresó en varios hechos:
·         - La reforma agraria que aplicó el gobierno de Allende se basó en una ley ya votada en el gobierno de Frei.
·         - La división del PN y la DC en las elecciones de 1970 que permitió el triunfo de Allende como primera minoría.
·         - El apoyo de los legisladores de la DC en el Congreso a que Allende sumiera la presidencia.
·         - El apoyo de los legisladores de la DC a las leyes de nacionalización de la minería y la banca.
Es cierto que para la DC, a la vez que intentaba negociar un espacio mayor con el imperialismo, se trataba en gran medida del “abrazo del oso”. Su política apuntaba a mantener al gobierno de la UP dentro del marco de las instituciones burguesas, esperando su desgaste electoral. El gobierno de Allende respondía con el “respeto a las instituciones” y, en este sentido, la política de la DC fue exitosa. Lo que queremos señalar es que resulta imposible comprender el curso del proceso chileno de 1970-1973 sin entender que, durante todo un período, fue no sólo tolerado sino incluso apoyado por un sector importante de la burguesía chilena. Al mismo tiempo, el cambio de política de la DC hacia la derecha y el acuerdo con el PN, ocurrido en 1972, es también un elemento muy importante para comprender el tensionamiento y la radicalización cada vez mayor que fue adquiriendo el proceso.
Por su parte, el imperialismo estadounidense siempre vio con profunda desconfianza al gobierno de Allende y consideró que, con la nacionalización del cobre y de la banca, se lesionaban sus intereses. Desde el inicio, tuvo una política mucho más agresiva, como el boicot que promovió el gobierno de Richard Nixon mediante la negación de créditos y los pedidos de embargo al cobre chileno. De entrada barajó como una de las alternativas posibles trabajar para impulsar un golpe de Estado y en esa preparación se involucraron la CIA y empresas estadounidenses, como el gigante de comunicaciones ITT. Por eso, el PN chileno, reflejando su mayor ligazón al imperialismo, tuvo desde el inicio una política mucho más agresiva frente al gobierno de la UP.
Caracterización del gobierno
En este contexto, uno de los grandes debates que se dio en la izquierda latinoamericana y mundial fue sobre la caracterización del gobierno de Allende y la política a tener frente a él. Para los Partidos Comunistas y otras corrientes, se trataba de un “gobierno revolucionario” que llevaría adelante la “vía chilena al socialismo” y, por lo tanto, la línea era de apoyo incondicional. La Izquierda Socialista chilena (tendencia radicalizada dentro del PS) lo caracterizaba como “reformista”, una categoría sin definición de clase que la llevó a oscilar entre políticas de crítica y apoyo. Inicialmente, la mayoría de las corrientes ultraizquierdistas lo calificaron de “burgués” (cosa que era correcta) y llamaron a combatirlo como a cualquier otro gobierno de ese tipo (algo que, en general, también era correcto). Pero no consideraban las profundas contradicciones que se daban en la realidad y en la consciencia de las masas, que veremos a continuación y que exigían la formulación especial de tácticas. Por otro lado, posteriormente, varias corrientes ultraizquierdistas después cambiaron su posición y pasaron a capitularle, como fue el caso del MIR chileno y del ERP argentino.
Por su parte, la corriente morenista, hoy expresada en la LITCI, caracterizó que el contenido del gobierno de Allende era análogo al de los movimientos o frentes nacionalistas burgueses que habían existido en otros países latinoamericanos, como el peronismo en Argentina, ya que expresaba básicamente la intención de un sector de la burguesía de disputar cierto espacio mayor con el http://www.litci.org/images/image/palacio%20Chile.jpgimperialismo. Por eso adoptaba algunas “medidas progresivas”, como la nacionalización de la minería y la banca o la tibia reforma agraria, o alentaba el consumo popular. Pero lo hacía sin romper los límites del estado burgués ni del capitalismo. Por el contrario, se mantenía estrictamente dentro de ellos y evitaba a toda costa que la movilización de masas desbordase estos límites.
Sin embargo, por tratarse de un proceso que se daba “en un período de profunda agudización de la lucha de clases y de ascenso general” (Ernesto González, ¿Adónde va Chile?), a diferencia de los frentes o movimientos nacionalistas burgueses clásicos no era la propia burguesía quien asumía claramente la dirección sino que eran los partidos obreros y de izquierda los que jugaban un papel protagónico. Esto le daba una forma similar a la de “frentes populares”, gobiernos también burgueses surgidos en Europa en la década de 1930, en los países imperialistas, analizados por Trotsky como la “penúltima trinchera frente a la revolución socialista. Estos rasgos frentepopulistas y kerenskistas (similares al del gobierno de Alexander Kerenski en Rusia de 1917, antes de la Revolución de Octubre), se fueron acentuando con la radicalización del proceso chileno.
De esta caracterización, gobierno nacionalista burgués, para los trotskistas surgía una línea política central muy clara: por ser un gobierno burgués no se le podía dar ningún apoyo y, desde el inicio, había que ubicarse en oposición a él, desde la izquierda. Pero esta línea central, para formular sus tácticas concretas debía tener en cuenta dos profundísimas contradicciones que se daban en la realidad y en la consciencia de las masas.
La primera de ellas es que, a pesar de tratarse de un gobierno burgués, los trabajadores y las masas lo consideraban “su” gobierno. Ello planteaba que, en muchos casos, durante todo un período y mientras las masas hicieran su experiencia, las tácticas de llamado a la movilización de masas debían formularse bajo la forma de “exigencias” al gobierno (que expropiase las industrias que desabastecían, que aplicase una reforma agraria mucho más radical, que castigase a los militares que preparaban el golpe, que armase a los obreros para defenderse, etc.). Por supuesto, que esta táctica era para mejor impulsar la movilización independiente de las masas, favorecer su experiencia con el gobierno y romper sus llamados a la pasividad y a la disciplina (implementados, por abajo, con mano de hiero por el PC).
La segunda es que, también a pesar de tratarse de un gobierno burgués, si bien inicialmente lo “toleraron”, el imperialismo yanqui y gran parte de la burguesía chilena no lo veían como “su” gobierno, lo atacaban e incluso preparaban un golpe. Esto exigía llamados a la movilización para defender las “medidas progresivas” que eran atacadas y también al propio gobierno, frente al golpe que se preparaba.
Tres años de la UP
Los casi tres años de gobierno de la UP tuvieron características distintas. El primero (1971) fue, en gran medida, su “período de gloria”. Se estatizó la minería y la banca, se expropiaron varias empresas y se creó el “área social” de la economía, se inició la reforma agraria y, gracias a la capacidad productiva ociosa, el mayor poder adquisitivo de la población que generó el aliento al consumo, el PIB creció un 8%, con baja inflación. En las elecciones municipales, los candidatos de la UP obtienen casi el 50% de los votos. Parecía que la “vía pacífica al socialismo” era posible. Sin embargo, ya empezaban a manifestarse algunos problemas: el déficit fiscal creció del 3,5 al 9,8%, cayeron las exportaciones y la balanza comercial se volvió deficitaria. Además, comenzaron los primeros síntomas de desabastecimiento de productos básicos, como el azúcar.
El segundo (1972) es un año de transición. La DC comienza a acercarse al PN y a endurecer su posición contra el gobierno. La extrema derecha comienza a formar los grupos armados de Patria y Libertad para resistir las expropiaciones de la reforma agraria y atacar las manifestaciones. Se acentúa el desabastecimiento y, en octubre, los dueños de camiones lanzan una paralización que se transforma en un verdadero lockout patronal en todo el país, con clara dinámica golpista, lo que finalmente es quebrado por la movilización obrera y popular.
En 1973, la patronal, la derecha y el imperialismo ya se largan abiertamente a preparar el golpe. Como parte de esa preparación, realizan un intenso trabajo sobre la oficialidad, la suboficialidad y la base de las FFAA para ganarlos para su campo. El levantamiento de un regimiento de blindados de Santiago, conocido como el “tancazo”, fue, en ese sentido, un ensayo del golpe del 11 de setiembre.
La clase obrera...
A medida que la situación se polarizaba, la clase obrera y el pueblo aumentaban y radicalizaban su movilización y sus métodos. Realizó manifestaciones gigantescas (en Santiago, llegaron a reunir un millón de personas), quebró el lockout patronal de octubre de 1972 tomando el control de las principales fábricas y obras de la construcción, se armó para defender las fábricas y barrios (incluso llegó a iniciar la fabricación de armas caseras), creó embriones de poder dual, como los cordones industriales (el más importante de ellos, el de Vicuña Mackenna, coordinaba 350 empresas en los suburbios de Santiago), suboficiales y marinos de Valparaíso y Concepción denunciaron la acción golpista de sus jefes y pidieron apoyo al gobierno y a sus partidos para combatirlos.
Por el contrario, frente a la misma situación, en vez de alentar la movilización y el combate contra la burguesía y la derecha, el gobierno de la UP y los partidos de la coalición giraban cada vez más a la derecha. Buscaron un acuerdo con la DC y, para ello, frenaron la reforma agraria y las expropiaciones de empresas (incluso proponían devolver algunas de las ya expropiadas). Fundamentalmente, frente al golpe que se venía, integraron a los militares al gabinete (incluyendo a los generales Pinochet y Urbina que jugarían un papel clave en el golpe), llamaron a la “tranquilidad”, a “esperar instrucciones” y a la confianza en la FFAA golpistas.
Pero si la clase obrera y el pueblo chilenos aumentaron su grado movilización y radicalizaron, sus acciones no llegaron a dar el paso de romper y superar al gobierno y a sus direcciones. Podemos decir que iban en esa dirección y que lo mejor de la vanguardia comenzaba a sacar conclusiones en este camino. En este sentido, es muy ilustrativo el reportaje a Armando Cruces, joven obrero presidente del Cordón industrial de Vicuña Mackenna y militante del ala izquierda del partido socialista (publicado en Avanzada Socialista 72, en agosto de 1973, reproducido en el artículo “El fin de la vía pacífica”). Pero este proceso quedó trunco por el golpe de Pinochet.
… y sus direcciones
Al no llegar a romper, la clase obrera y el pueblo chilenos quedaron atados a la política de sus direcciones y éstas los condujeron a una terrible derrota. Este aspecto, la política de estas direcciones, es clave para entender la tragedia chilena y la terrible derrota del 11 de setiembre.
La principal responsabilidad le cabe al Partido Comunista por ser la organización más fuerte, la más organizada y disciplinada y la que controlaba el aparato burocrático de la central obrera (CUT). Fue el defensor a ultranza del gobierno y de su política de “tranquilidad” y confianza en las FFAA. En este sentido, es imprescindible leer el reportaje a su secretario general, Luis Corvalán, reproducido en el artículo “El fin de la vía pacífica”. Con esa política, buscó ahogar y controlar con mano de hierro la movilización independiente de las masas y, fundamentalmente, aislar el desarrollo de los cordones industriales y transformarlos en organismos secundarios, disciplinados a la CUT.
La Izquierda Socialista, si bien tenía posiciones muchos más críticas, y estaba integrada por muchos de los mejores elementos de la vanguardia, como el mencionado Cruces, jamás se postuló como una verdadera alternativa ni se construyó como una organización de combate, capaz de disputar la dirección. De esta forma, acabó siendo apenas una “válvula de escape” para contener muchos honestos luchadores.
El MIR, por su parte, pasó de una política sectaria y ultraizquierdista a capitular, en los hechos, al gobierno (la guardia personal de Allende, que lo acompañaba el día del golpe estaba integrada por militantes del MIR). Es cierto que impulsó acciones y movilizaciones independientes que le permitieron ganar un fuerte peso en Concepción. Pero además de la ambigüedad general de su política, comete dos gravísimos errores en cuestiones centrales. Frente a los cordones industriales (los verdaderos embriones de poder dual existentes), levantó la construcción de “organismos fantasmas”: las coordinadoras regionales. Y así terminó coincidiendo con el PC en su política de restringir el desarrollo de los cordones y supeditarlos a la CUT. Frente al golpe que se avecinaba, desarrolló una mini guerra de aparatos con Patria y Libertad. Pero, frente a la denuncia de los suboficiales y marinos de Valparaíso y Concepción, mantuvo el mismo silencio que el gobierno y los partidos de la UP. Así permitió que fuesen encarcelados y torturados y mató, en su nacimiento, la posibilidad de desarrollo de un embrión de poder dual y de división en las FFAA.
¿Qué hizo falta en Chile?
¿Qué hizo falta en Chile para que un gran proceso de ascenso y movilización de masas avanzase hacia la revolución socialista? La respuesta, en sí misma, es sencilla: faltó un partido revolucionario que defendiese un programa de transición para que la movilización de masas avanzase desde la lucha por sus reivindicaciones más sentidas hacia la toma del poder por la clase obrera y el pueblo. Un programa que fuese aplicado en concreto, frente a cada situación y coyuntura del proceso, tal como hicieron los bolcheviques de Lenin y Trotsky, en Rusia, entre febrero y octubre de 1917.
Los ejes centrales de ese programa intentaron ser formulados por diversas publicaciones del PST argentino y un puñado de militantes morenistas en Chile: impulso a la movilización autoderminada de las masas, independiente del gobierno, partiendo de sus necesidades básicas y la contradicciones de su conciencia; una política de exigencias hacia la CUT y los partidos de izquierda; impulso y desarrollo del doble poder a partir de lo existente (los cordones industriales); frente al golpe: armamento obrero para enfrentar a la reacción y trabajo en la base y la sub oficialidad de las FFAA para dividirlas.
Pero este programa y orientación no eran más que propaganda en la medida que no hubiera un partido revolucionario que los aplicara. Este partido revolucionario se postulaba construir, con posibilidades de incidir en la realidad, en la medida que avanzaran las rupturas de los mejores sectores de las organizaciones de izquierda de masas.
Y aquí surge otra importantísima conclusión del proceso chileno: en la inmensa mayoría de los casos, los procesos revolucionarios no dan el tiempo necesario para construir ese partido, para que maduren las condiciones de que surja con peso y las viejas direcciones consiguen mantener su control. Es lo que enseña todo el proceso histórico y muchas derrotas. Por eso, es necesario sentar antes las bases de su construcción para que, cuando el proceso revolucionario estalla, ya exista un embrión sólido de ese partido. En febrero de 1917, los bolcheviques eran una minoría con respecto a las corrientes de izquierda reformista (mencheviques y eseristas). Pero ya tenían algunos miles de cuadros organizados y educados que fueron capaces de pelear y ganar la dirección. Sin esa organización, muy posiblemente, no hubiese habido Revolución Rusa. Esa es la tarea a la que hoy está abocada la LIT-CI: la construcción de esos embriones de partido revolucionario en cada país para evitar repetir nuevas tragedias como la de Chile.
Casi 40 años después, creemos que esta enseñanza es más actual que nunca y este especial de nuestro página, está destinado a transmitir a las nuevas generaciones ese balance.
*Este artículo contiene tres materiales: “¿Adónde va Chile?” de Ernesto González (Revista de América 10, mayo de 1973); “El fin de la vía pacífica” de Antenor Alexandre (Revista de América 11, noviembre de 1973) y un artículo que recoge el testimonio personal de Waldo Mermelstein, militante brasileño fundador de la corriente morenista en Brasil, quien se encontraba en Chile durante el gobierno de la UP.