
(LUIS AGÜERO WAGNER) Dentro del esquema de dominación imperialista delineado por el imperio norteamericano en América Latina, la colonización de la historiografía ha sido una de las herramientas más manipuladas para imponer letargo a los países sometidos.
LA COACCIÓN DESNACIONALIZANTE
En un artículo historiográfico publicado en su revista dominical, el influyente diario ABC color –vocero oficioso del obispo Fernando Lugo- desnuda la falsedad de su pretendido nacionalismo con respecto a la represa hidroeléctrica de Itaipú, tema que agita con la única finalidad de crear disturbios en el MERCOSUR.
En un artículo firmado por el periodista Luís Verón, se intenta ironizar con respecto a la conspiración de San Fernando, un complot contra la vida del presidente paraguayo Francis-co Solano López a mediados del año 1868.
La conspiración había tenido como escenario principal, como tantas otras veces, a la lega-ción diplomática de los Estados Unidos. El ministro norteamericano Charles Washburn, unido a conspicuos referentes de la oligarquía antinacional de la capital paraguaya, urdió un golpe de estado que tendría como punto de partida el asesinato del jefe de estado paragua-yo, entonces dirigiendo las acciones de una guerra internacional contra una Triple Alianza entre Brasil, Argentina y Uruguay con fuerte apoyo de Inglaterra.
La conspiración fracasó, y los conjurados fueron desbaratados, pero la suerte del Paraguay quedó aún más comprometida ante sus enemigos externos.
LA EMBAJADA NORTEAMERICANA, ALIADA DEL MITRISMO
Dentro de su esquema de dominación, las fundaciones y organismos de coacción maneja-dos por la embajada norteamericana sufragan a una constelación de “luminarias” abocadas a reverberar las infamias mitristas, difundidas desde los centros de poder sudamericanos, como parte de sus campañas desnacionalizantes, que promueven para coadyuvar la sumi-sión a las políticas neoliberales del consenso de Washington.
Ese objetivo les lleva a coincidir con los historiógrafos coloniales de Buenos Aires y Rio de Janeiro en la satanización de los mitos nacionalistas, eje de una supuesta depravación polí-tica e incapacidad para el progreso de los países de la región.
UN GENOCIDIO IMPERIALISTA.
La descolonización de la historia sudamericana es un duro escollo a sortear por gobiernos como el de Cristina Kirchner y el obispo Fernando Lugo, para avanzar en la liberación sudamericana de las secuelas del imperialismo.
El partido blanco uruguayo era aliado de Solano López y cuando Flores sitió la ciudad uruguaya de Paysandú -con el apoyo de Brasil- Solano López decidió intervenir con sus tropas y ocupó Corrien-tes, de tal suerte a incitar a las provincias mediterráneas argentinas a defender sus economías de tierra adentro. Los aliados naturales del Paraguay nacionalista eran el gauchaje argentino y orien-tal, que a su vez eran oprimidos por el enemigo común: el imperialismo inglés, que contaba con la obsecuencia del soberbio y lejano puerto de Buenos Aires, la anglofilia de su oligarquía, y la mo-narquía esclavista del Brasil.
LA VERDADERA HISTORIA DE LA GUERRA
La guerra fue financiada de principio a fin por los banqueros ingleses, sin cuya asistencia a los comerciantes porteños que lucraron con el genocidio, jamás se hubiera producido. En el bando porteño quedaron las inmensas fortunas de las aves negras que recibieron créditos a manos llenas de los Rostchild, los Baring y el Banco de Londres.
El embajador Edward Thornton participaba de las reuniones del gabinete del mismo dictador argentino Bartolomé Mitre en las que se decidiría la trágica suerte del Paraguay, como una voz sagrada imposible de ignorar.
MITRE, PARADIGMA DEL ENTREGUISMO
Aunque la historiografía colonial se ha esforzado por construir la imagen de Bartolomé Mitre como un estadista democrático, quien algo conoce la historia argentina sabe perfectamente que don Bartolo jamás fue un jefe de estado electo en elecciones democráticas, sino un simple caudillo que detentó el poder por la fuerza de las bayonetas, que además se impusie-ron en la batalla de Pavón a su ocasional adversario, merced a un contubernio masónico y no por dotes militares.
A pesar de ello Mitre no era un caudillo, tampoco el primero entre sus pares en una oligar-quía, sino más bien el ídolo de su logia liberal porteña.
Su prestigio se restringía a los hijos de apellido y los comerciantes prósperos del soberbio y lejano puerto sobre el río de la Plata, pero no alcanzaba a los matanceros de los corrales, a los quinteros de las orillas y mucho menos a los gauchos de la campaña.
De todas maneras, supo hacer creer que tenía dotes militares, logrando que el ejército lo prefie-ra al inexpresivo Valentín Alsina, al inconsecuente Vélez Sarsfield o al nunca bien ponderado Domingo Faustino Sarmiento. Ese argumento le abrió las puertas de la goberna-ción de Buenos Aires un 2 de mayo de 1860, preludio de una carrera política consagrada a hacer concesiones a los ingleses, el mismo sentido de su obra como historiador.
En marzo de 1863 Mitre, a quien el historiador inglés Ferns califica como “un patriota argen-ti-no cuyo corazón había sido colonizado por el temperamento victoriano”, obsequió 300 mil hec-táreas de las más espléndidas tierras argentinas a ferroviarios ingleses y delegó en el recién fun-dado Banco de Londres la responsabilidad de nominar a quien debía ser Ministro de Hacienda de su gabinete. Luego admitirá al representante inglés Edward Thornton como asesor de su go-bierno con derecho a participar en el consejo de ministros.
Desenterrando un enfoque histórico decimonónico, hoy perimido en círculos académicos, algunos cultores de la historiografía colonial siguen estableciendo paralelismos entre el jefe de estado paraguayo que enfrentó a la Triple Alianza y el dictador alemán Adolf Hitler, y por extensión, entre Bartolomé Mitre y las democracias europeas que enfrentaron a la Alemania Nazi.
A pesar de estos desfasados y anacrónicos enfoques, Solano López, quien accedió a la pre-sidencia por herencia, es cierto, pero de la forma más pacífica que hubiera podido soñar una Argentina envuelta en una interminable guerra Civil cuyo casus belli era la anglofilia y los prejuicios étnicos por parte del bando porteño de Mitre.
Es conocido por haber sido repetido hasta el hartazgo por la historiografía argentina el con-sejo que recibiera de Sarmiento de no ahorrar la sangre de los gauchos y utilizarla como abono para el país, que cumplió al pie de la letra enviando a miles de sus compatriotas al exterminio en episodios como la batalla de Curupayty.
De ese exterminio ni siquiera se salvó el hijo del ilustre boletinero de ejército de Urquiza, gaucho de las letras y montonero intelectual hoy presentado como gran educador ante la niñez argentina, el talentoso periodista Dominguito Sarmiento, quien murió desangrándose a corta distancia de las trincheras paraguayas porque Mitre y su estado Mayor negaron au-torización para su rescate bajo fuego enemigo solicitado por gallardos oficiales del ejército argentino.
Tal vez conociendo la indolencia y falta de cualidades de su Comandante en Jefe, el mismo Dominguito había dejado una conmovedora carta antes de la batalla presagiando tan injusta muerte en aquel hermoso día primaveral de 1866.
El escritor inglés John Berger dijo alguna vez que en algunos casos extraños la tragedia de la muerte de un hombre completa y ejemplifica el sentido de toda su vida, frase que da una clave para comprender el entrelazamiento entre Solano Lòpez y los montoneros, un lugar muy común en el revisionismo argentino, al que recurre para explicar su visión histórica con modelos que forman parte de su bagaje conceptual.
El mismo Juan Bautista Alberdi había señalado a la invasión de Corrientes agitada por La Nación hoy como si estuviéramos en 1865, como un episodio de la guerra civil argentina, que había suscitado en Argentina más levantamientos contra Mitre que sentimientos adver-sos hacia el Paraguay, del mismo modo que los descalabros mitristas eran festejados en Entre Ríos, Catamarca, Mendoza y otros puntos de la geografía argentina con mayor entu-siasmo que sus victorias.
LOS CAUDILLOS: EL ALZAMIENTO DEL CORAJE
A las casi infinitas fuerzas del imperialismo inglés y sus aliados porteños como Mitre, el gau-chaje opondría la montonera, que aunque calificada como arma indígena y bárbara, bien mane-jada por los caudillos federales fue de una eficacia insuperable durante el período anterior a las armas mo-dernas de precisión.
El jefe montonero de mayor prestigio, Angel Vicente Peñalosa (el Chacho), pasó a la historia por el coraje de soñar los imposible, sin riendas, a raja cincha. Encarnaba a un pueblo social-mente abandonado y espiritualmente desestimado por los profetas del colonialismo liberal. Sólo podían esperar, quienes como él exigían respeto a su dignidad humana con el rango de condición para vivir, la “solución final” de la hora, que enunciara Sarmiento en su famosa carta a Mitre: “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de humanos”.
El 12 de noviembre de 1863, los coroneles prendieron fuego al sueño asesinando a Peñalosa en Olta, acabando con 65 años de vida montonera defendiendo a La Rioja. El sacrificio quedó cla-vado en el corazón de los habitantes de la puna del Atacama, como una lanza seca en el blanco para siempre.
Esa inmolación fecundó con sangre la rebelión de otros caudillos que en plena guerra de Mitre contra el Paraguay, se levantaron contra Buenos Aires favoreciendo a Solano López, el líder de la revolución y la resistencia paraguaya. Los colorados de Mendoza, el general Saá de San Luís y el catamarqueño Felipe Varela se alzaron contra la triple infamia sufragada por el imperio británico decididos a batirse por la patria grande.
FELIPE VARELA
Alto, enjuto, de mirada penetrante, severa prestancia y graduado en al escuela del Chacho. Este Catamarqueño había nacido en Valle Viejo y se arraigó en Guadandacol, donde era estanciero y coronel de la nación.
Había intervenido con el Chacho en las sublevaciones de 1862 y 1863 para ser luego edecán de Urquiza, quien lo tuvo a su lado durante el desbande de Basualdo y Toledo. Viendo la impopulari-dad de la guerra del Paraguay, paso a Chile, donde presenció el bombardeo de Valparaíso por la escuadra española de Méndez Núnez y supo la negativa de Mitre al pedido de apoyo por parte de Chile y Perú. Así conoció en antiamericanismo de mitrista.
Al conocer los términos del tratado secreto de la “Triple Alianza”, no le pensó dos veces; dio órde-nes de vender al estancia y con el producto compro unos pocos fusiles Einfield y dos cañoncitos de desecho militar chileno. Los llamó “los bocones”. No le alcanzó para más, para incentivar a sus hombres contrató una banda de músicos chilenos, y se largó cruzar la cordillera.
Luego de un enfrentamiento en “Nacimiento”, llega a Jáchal con 200 hombres en diciembre de 1866. Fue recibido con entusiasmo, y repartió su proclama americanista. En febrero eran 4.000, y por los pueblos del oeste se escucho la cuarteta que recogió Alfonso Carrizo:
“De chile salió Varela,
y vino a su patria hermosa,
aquí ha de morir peleando,
por Vicente Peñaloza.”
Varela mandó agentes ante López par enterarlo del apoyo de su movimiento a los paraguayos.
LA PROCLAMA
El seis de diciembre de 1866, al cruzar entre los boquetes de la cordillera, el coronel Felipe Varela da a conocer su proclama, dando un profundo sentido nacional y americano a la lucha montonera que han reiniciado Aurelio Zalazar en Catuma y los “colorados” en Cuyo.
El caudillo catamarqueño, que fuera segundo jefe del Chacho Peñaloza, y como tal admirado y respetado en el noroeste argentino, llega marcialmente de Chile con su inconfundible figura estili-zada, su gran sombrero y sus largos bigotes canos. Le acompañan pocos hombres y escaso ar-mamento pero sabe que lo espera una nación sometida por la fuerza y convulsionada, que sólo engrillada admite ir a pelear contra sus hermanos paraguayos.(Ver Los "voluntarios" de la guera del Paraguay). Cada sufrido hombre de nuestro interior provinciano es montonero que está espe-rando nada más que la voz de su jefe para incorporarse al combate.
“¡Compatriotas, a las armas!” es la invitación de Felipe Varela. Mas, a diferencia del Chacho, su “Proclama” enuncia un programa concreto y revolucionario. No se trata sólo de una lucha románti-ca contra el tirano de Buenos Aires y sus mandantes europeos. Dirá Varela: “¡Soldados Federales!” Nuestro programa es la práctica estricta de la constitución jurada, el orden común, la paz y la amis-tad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas Americanas”. Y no vacilará en enjuiciar con severos y definitivos trazos la política mitrista: “Nuestra Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir, tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una es-clava, quedando empeñada en más de cien millones fuertes, y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro caprichote aquél mismo porteño que, después de la derrota de Cepeda, lagrimando juró respetarla".(Ver la batalla de Cepeda)
“Compatriotas, desde que aquel (Mitre) usurpó el Gobierno de la Nación, el monopolio de los teso-ros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño, es ser ciudadano exclusivita; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del Gobierno de Mitre. Tal es el odio que aquellos fraticidas tienen a las provin-cias qeu mucho de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y guillotinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios dignos de Mitre”. (“¡Viva los pueblos libres!” Manifiesto de Felipe Varela impreso en Potosí, enero de 1868. Biblioteca Nacional. Buenos Aires)”.
Ante el pronunciamiento de Felipe Varela, el mitrismo vacila. Comprende que se ha iniciado en nuestro país una revolución popular americana; sabe bien que el lema que el caudillo montonero lleva al combate – “La Unión Americana de las Repúblicas del Sud contra las Potencias Europeas” – no es una frase de circunstancias, pues el coronel Varela al titularse “Representante y Defensor de la Unión de Americana” está entroncando su pronunciamiento en la reacción continental contra los planes del Imperio Británico de apoderarse definitivamente de América.
EL IMPERIO BRITÁNICO EN EL CONTINENTE
Efectivamente, hacia 1860 y en los años sucesivos el Imperio Británico realiza una genial y sutil maniobra tendiente a lograr el apoderamiento definitivo del continente sudamericano, eliminando las resistencias nacionales y la competencia internacional que pudiera perturbar sus planes de dominio.
El momento histórico elegido para ello no es casual: la guerra de la Secesión, eliminaba a los Es-tados Unidos del plano competitivo internacional, a su vez que la coyuntura económica inglesa permitía la realización del plan imperialista: hacia esos años ya se encontraba aceleradamente desarrollado el proceso de acumulación de capital de concentración bancaria e industrial.
La crisis mundial del algodón y la necesidad de nuevas áreas de cultivo, así como el aseguramien-to del fertilizante que permitiese una producción algodonera intensiva, movieron al Imperio Británi-co y a su Alta Banca a proyectar una gran política imperialista de apoderamiento, cuya sutileza y genialidad consistió en permanecer oculta tras fuerzas y diplomáticos de otras naciones. La ma-niobra se vio facilitada por el sometimiento financiero que el Imperio Británico había logrado a su favor tanto de la Europa continental como de los países americanos.
En esa intrincada red de empréstitos y dependencia, Baring Brothers jugaba un papel esencial.
El ataque a México, la Guerra del Guano y la de la Triple Alianza, así como las demás guerras y atropellos territoriales que soportó América en esa década de 1860, tuvieron un único responsable, invisible y oculto: el Imperio Británico.
El ataque de México tuvo su origen inmediato en la deuda de esta nación con la Alta Banca euro-pea, en especial con la inglesa. Y si bien el ataque se inicia por las fuerzas combinadas del Impe-rio, España y Francia, tras la “Convención de Soledad” ésta última nación será la ejecutora visible de los planes de conquista, tendientes a asegurar, en su fin último, el cobro de la deuda externa y dominar absolutamente la política y economía mexicana mediante la concreción de nuevos em-préstitos con las bancas Rotschild y Jecker.
La Guerra del Guano, por su parte, es otra cruel evidencia de los complejos planes del Imperio Británico y su Alta Banca. Mientras la Francia de Napoleón III atacaba México, la escuadra españo-la dirigía sus naves hacia las costas del Perú, hacia donde llega a fines de 1864 para asolar a América con una nueva guerra de exclusivos fines económicos, cuyo beneficiario no es el atacante visible –España– sino su mandante financiero: el Imperio Británico a través de Rothschild y su tes-taferro el banquero español José de Salamanca.
El guano, fertilizante necesario para el consumo del algodón, corría peligro de salir del control bri-tánico por decisión nacionalista del gobierno peruano. De allí esta absurda guerra, en que la ocu-pación de la Isla de Chinchas y el bombardeo a la indefensa ciudad chilena Valparíso, no recono-cían otra razón que el propósito de asegurar que el guano garantizara la deuda externa del Perú con la Alta Banca británica y su control directo por parte de las compañías explotadoras, también inglesas.
Junto al ataque a México y la Guerra del Guano contra Perú y Chile, se destaca el sangriento dra-ma americano que es la destrucción del Paraguay nacionalista del mariscal Solano López.
Pero América no permaneció indiferente. La respuesta continental no se dejó esperar. Ella fue la de la “Unión Americana de las Repúblicas del Sud del Nuevo Continente”.
Una “Unión Americana”, definida en sociedades políticas a o largo del continente desde la ciudad de México hasta Buenos Aires, puesta de manifiesto en Congresos y publicaciones por los intelec-tuales nacionales y encarnada en acto, por las empobrecidas masas americanas, que tras Benito Juárez, Francisco Solano López, Felipe Varela, enfrentaron al invasor extranjero y sus mandatarios locales, en defensa de un continente que se negaba a ser definitivamente balcanizado y sometido.
LA UNIÓN AMERICANA Y LA BANCA BRITÁNICA
“Entonces –recordará Felipe Varela en su “Manifiesto” – llevado del amor a mi Patria y a los gran-des intereses de América, creí un deber mío, como soldado de la libertad, unir mis esfuerzos a los de mis compatriotas, invitándoles a empuñar la espada (...)”.
Tras el combate de Nacimientos (La Rioja) el dos de enero de 1867, hasta el de Salinas de Pastos Grandes, el doce de enero de 1869, en sucesivas campañas, incansables testimonios de heroici-dad y grandeza, el caudillo catamarqueño y americano, luchará denodadamente contra los ejérci-tos de línea, expresiones concretas de un política imperialista en cuyo vértice se encontraba la Alta Banca británica y en lo que a la Argentina se refiere, Baring Brothers.
Dos meses antes del pronunciamiento varelista. Baring Brothers – como en los tiempos de Rivada-via – había logrado la “nacionalización” de la deuda externa. De esta manera lograba el control total de las finanzas públicas provinciales, las que con sus desvastadas economías garantizarían y abonarían los servicios de esa “deuda” con la Alta Banca británica.
En efecto, por ley 206 del 1° de octubre de 1866 se establecía que a partir del veinticinco de mayo de 1867 “quedaban a cargo de la Nación, las siguientes deudas comprendidas en la garantía acor-dada a la provincia de Buenos Aires: 1°) El empréstito inglés (es decir, la deuda con Baring Brot-hers); 2°) Los veinte millones de fondos públicos creados por la ley del 5 de mayo de 1859 (en poder de Mauá-Rothschild); 3°) Los veinticinco millones de fondos públicos creados por la ley del 8 de junio de 1861”.
Por eso Baring Brothers comprendía con claridad que el pronunciamiento varelista no sólo hacía peligrar la estabilidad del Gobierno de Mitre, sino que con sus postulados eminentemente naciona-listas y americanos y con su categórica defensa de las empobrecidas economías provinciales, era una formal declaración de guerra al Imperio Británico y a la banca cuyos intereses representaba.
De ahí que cuando el veintisiete de enero de 1867, el agente de Su Majestad Británica, Mr. George B. Mathews entrevista al Ministro de Relaciones Exteriores Rufino Elizalde y le ofrece el apoyo total de Inglaterra contra la revolución popular de Felipe Varela, que a su juicio “amenaza con dominar todo el país”, no hace más reconocer el peligro que importaba para los intereses británicos y en especial para Baring Brothers, la montonera argentina dispuesta a cambiar el destino de la patria y con ella de todo el continente sudamericano.
Bartolomé Mitre, súbdito inglés por su vocación de entrega, dirá, satisfecho del ofrecimiento de intervención directa del Imperio Británico contra la heroica montonera del caudillo catamarqueño: “Me ha impresionado agradablemente tan noble proceder que a la vez testifica la cordialidad de nuestras relaciones con la Gran Bretaña, revela elocuentemente la amistad y simpatía que profesa a la administración argentina el ilustrado caballero Mathews”.
Mientras tanto, como bien dice Dardo de la Vega Díaz, “por donde Varela pasa, los ranchos van quedando vacíos”. El jefe revolucionario con voz grave y serena irá enrolando tras sí a las masas criollas tras explicarles el sentido de su “Cruzada Libertadora” para terminar con “los tiempos del coloniaje” como los califica, ya que sabe bien que “los liberticidas”, “los servidores del círculo del general Mitre” tratarán de hacerlo aparecer como un bárbaro bandolero – calificación que perdura-rá luego en toda la historiografía oficial – para descalificar su lucha y justificar la sangrienta repre-sión.
A tales infamias responderá irónicamente Felipe Varela: “ser amigo de la libertad, de las provincias y de que entren en el goce de sus derechos ¡oh! eso es ser traidor a la patria y es por consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley!”
Pero los verdaderos traidores a la Patria, de espaldas al país e inclinados ante Baring Brothers, ponían precio al pueblo levantado en montonera.
MISION DE NORBERTO DE LA RIESTRA
Mientras el gobierno mitrista en nota oficial manifestaba su total oposición a toda “Unión America-na” y afirmaba enfáticamente que: “la República está identificada con la Europa hasta lo más que es posible”, Norberto de la Riestra, enviado especial de Mitre en Londres trataba de demostrar en los hechos el servilismo total que el propio Gobierno reconocía en sus declaraciones diplomáticas.
El británico de la Riestra, llevaba por misión contraer un empréstito de doce millones de pesos en Londres, de acuerdo a la ley 128 de 1865.
De más está aclarar que la gestión de la Riestra era ante la Casa Baring. Esta, sólo adelantará 200.000 libras, de las cuales llegaran a Buenos Aires escasamente 100.000. El resto del emprésti-to queda supeditado a que la Argentina “peticione conjuntamente con el Brasil”. La Alta Banca bri-tánica quería asegurar de tal manera que el eje Rothschild-Baring contara con total control finan-ciero de la “Alianza” contra el Paraguay.
Norberto de la Riestra, al igual que el Barón de Mauá urgía en la City que se llevara a cabo el em-préstito que le permitía al gobierno de Mitre terminar con el tirano del Paraguay y los bárbaros montoneros.
Para “facilitar” la gestión se resuelve “reducir” el precio del empréstito, aumentando de tal manera las ya cuantiosas ganancias aseguradas a Baring Brothers.
Con fecha cuatro de febrero de 1868, Mitre presta su conformidad para que se reduzca a 70 el precio del empréstito. Finalmente, en junio de dicho año, el enviado plenipotenciario comunica al gobierno argentino la realización del nuevo préstamo, destinado a financiar la destrucción de la resistencia armada americana: 2.500.000 libras, con una supuesta recepción real de 1.735.703 libras, 6s.10 d…
Este empréstito, pagado con “el hambre y sed argentina” resultaría hasta 1883 m$n 8.417.515 como renta y m$n. 7.618.968 en calidad de amortización, quedando aún 988.300 libras, que Agote calculaba (en aquel año) que no iban a poder ser canceladas antes de 1889...
Es decir que sobre 1.735.703 libras recibidas teóricamente, debieron pagarse más de 4.000.000 de libras, para satisfacción de Baring Brothers.
MUERE EL SUEÑO DE LA PATRIA GRANDE
Felipe Varela y los hombres de la revolución, contaban con el levantamiento del litoral argentino, con sus caudillos Justo José de Urquiza y Ricardo López Jordán. El mercader Urquiza, especu-lará, como hemos visto, con su supuesto apoyo a la montonera – que no se producirá nunca – para obtener notables ganancias en negocios con el Banco de Londres, mientras sueña con la candida-tura presidencial. Ricardo López Jordán logrará pronunciarse tardíamente, recién después de la muerte de Urquiza en san José.
Circunscripta al noroeste argentino, la revolución varelista se convierte en una heroica epopeya, con el último grito montonero de protesta ante el avance de la “civilización portuaria”, pero inexora-blemente condenado al fracaso en el terreno de las armas.
Tingosta, Paso de San Ignacio, Pozo de Vargas, Salta y Jujuy, darán testimonio esperanzado del paso del caudillo y su montonera, hambreada y sin recursos, pero siempre dispuesta a cumplir la palabra empeñada por su jefe en el “Manifiesto”: “Siempre que la suerte quiera ayudarme, siempre que el cielo quiera protegerme, combatiré hasta derramar mi última gota de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado”.
La muerte galopará hacia el caudillo americano en Chile, tísico y postrado, pero con los ojos pues-tos en su patria sufriente un 4 de junio de 1870. Coetáneamente cesaba la última resistencia del mariscal Francisco Solano López, muriendo con él el Paraguay nacional y proteccionista.
Ya nada se oponía a los planes Británicos. La Argentina convertida en una “gran estancia” otorga-ba el máximo de garantías a los “inversores” británicos. El ocaso de la nacionalidad se cotizaba satisfactoriamente en el mercado de valores londinense. El nombre de Baring Brothers brillaba con mayor esplendor que nunca.
Los Caudillos Fderales
“Artigas, López, Güemes, Quiroga, Rosas, Peñalosa, como jefes, como cabezas y autoridades, son obra del pueblo, su personificación más espontánea y genuina. Sin más título que ese, sin finan-zas, sin recursos, ellos han arrastrado o guiado al pueblo con más poder que los gobiernos. Apare-cen con la revolución: son sus primeros soldados” (Alberdi, Juan Bautista. Los Caudillos. Colección Grandes Escritores Argentinos, 3; W. Jackson, Inc. Buenos Aires) (AGM-PLA.p.165)
“No teniendo militares en regla, se daban jefes nuevos, sacados de su seno. Como todos los jefes populares, eran simples paisanos las maás veces. Ni ellos ni sus soldados, improvisados como ellos, conocían ni podían practicar la disciplina. Al contrario, triunfar de la disciplina, que era el fuer-te del enemigo, por la guerra a discreción y sin regla, debía ser el fuerte de los caudillos de la inde-pendencia. De ahí la guerra de recursos, la montonera y sus jefes, los caudillos: elementos de la guerra del pueblo: guerra de democracia, de libertad, de independencia”. (Alberdi, Juan Bautista. Grandes y pequeños hombres del Plata. Edit. Garnier Hnos. Bibl. de Grandes Autores Americanos, París).(AGM-PLA.p.173)