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domingo, 19 de julio de 2009

TRABAJO CIUDADANO COMO DERECHO UNIVERSAL

Por José Luis Di Lorenzo [1]



Pensar desde sí, para ser uno mismo, es liberarse. Despojarse de lo ajeno, deseducarse. El pensamiento ajeno, cuando uno no es libre, no ayuda, ocupa -desalojándola- nuestra posibilidad de pensar lo nuestro desde nosotros mismos. Gustavo F. J. Cirigliano.



Convocado el diálogo por el gobierno nacional reaparece una añeja propuesta, el Ingreso Ciudadano Universal, cuya primer etapa se circunscribe a un ingreso a la niñez, destinado todos los menores de hasta 18 años de edad.



La idea se funda en una lógica mercadocéntrica.



Supone que estamos frente a una modernidad en la que el trabajo asalariado ha dejado de ser el eje central que estructura la integración social, que el desempleo es resultado inevitable de las imperfecciones de mercado.



Por lo que propone y pretende organizar la protección social a partir del status de ciudadano y ya no al de trabajador.



El nuevo sujeto es la gente, categorizado en el discurso político como el ciudadano, pero efectivamente reconvertido en consumidor.



Propugna universalizar el derecho al ingreso sólo por el hecho de ser ciudadano, con el claro objetivo de recuperar al ciudadano que no consume (desocupado, excluido, marginal) lo que potenciará -sostiene- el mercado interno a través del consumo popular, generando automáticamente desarrollo y crecimiento.



En suma, esta propuesta promueve no centrar el esfuerzo del Estado en la búsqueda del pleno empleo -o el combate al desempleo- sino en la implementación de un subsidio universal o ingreso básico garantizado a todos los habitantes por el solo hecho de ser ciudadanos, sin tomar en cuenta si está desempleado o no -le correspondería incluso si no quiere trabajar-, sin que obstara el ser rico o pobre, y sin importar con quién conviva.



Ingreso a la niñez


En camino a un proceso progresivo de universalización que termine alcanzando a todos los argentinos nativos o por opción, la mayoría de los proyectos y propuestas se centran en un inicial ingreso a la niñez, que percibirían la totalidad de los menores de 18 años de edad, independientemente de la condición laboral de los padres o tutores y de su nivel de ingreso.



Lo que incluye a la mujer embarazada durante el período de gestación.



Es decir estamos ante un ingreso destinado a la franja etárea que va entre los 0 a 18 años de edad.



La idea suena atractiva, es simple, sencilla, tiene prestigio académico (por su origen euro céntrico) y además cuenta con buena prensa. Y aunque se atribuye a la oposición, visto sus adherentes, podemos decir que enfrentamos una propuesta que bien se puede considerar “transversal”



De Rubén Lovuolo a Julio Godio, de Aldo Neri a Antonio Cafiero, de Claudio Lozano a Alfonso Prat Gay, de Elisa Carrió a Mario Wainfeld, de Alcira Argumedo a Patricia Bullrich, de Hugo Yasky a Felipe Solá (entre otros) todos coinciden que ese es el camino para acabar con la pobreza y eliminar el “clientelismo” electoral.



No dudo de la buena fe de muchos de quienes pregonan la utilización de este instrumento, sin embargo no la comparto porque el ingreso se agota, el trabajo es riqueza y se sabe que sin trabajo ni riqueza no se construye un país.



Es probable que quienes postulan esta solución no adviertan que en realidad estamos ante un nuevo sofisma, un verdadero caballo de Troya del antiproyecto, porque la realidad es que en Argentina es tiempo de construir nuestro propio proyecto.



No creo que debamos proponernos incluir a los excluidos en la misma sociedad que los excluyó y lo volverá a hacer, se trata de rediseñar una organización comunitaria en la que todos nos realicemos.



El antiproyecto


En los 14 siglos de historia transcurridos hemos transitado 7 proyectos, el último es el que denominamos Proyecto de la Sumisión Incondicionada al Norte Imperial[2], impuesto a sangre y fuego por el golpe de 1976 y que se propuso y logró desaparecer nuestra identidad, negándola, desorganizándonos para someternos. Antiproyecto que impuso e institucionalizó el modelo especulativo consumista.



En palabras del filósofo argentino Armando Poratti, es el que exacerbó la oposición ser / nada, donde no hay dos sectores enfrentados, sino un proyecto de disolución de la Nación, que nos convirtió en ser nada.



Adviértase la gravedad



-La nada, el no ser, momentos metafísicos, tienen una forma empírica, la desorganización. Una comunidad, un pueblo, una nación, como una persona, sólo existen si tienen alguna forma de organización que sostenga su identidad. Pero el antiproyecto tiene como eje una desorganización de todos los aspectos de la vida nacional, que nos dejaría inermes y listos para ser apropiados por el sujeto del antiproyecto, que es Otro[3]”



El antiproyecto, agrega, destruye los vínculos sociales e institucionales: políticos, sindicales, profesionales, de organizaciones sociales y culturales; pero también barriales, familiares, amistosos.



Comienza la desorganización de la vida cotidiana.



Se afectan los vínculos tanto institucionales como interindividuales y, en último término, el interior de las conciencias.



Justamente lo que ataca es el estado-nación, que en países como el nuestro, cumple funciones esencialmente distintas de las que cumple en los países centrales y es imprescindible para cualquier proyecto.



Estado – nación que quiere destruir para suplantarlo por el Mercado.



Eso es lo que se está discutiendo frente a un aparentemente inocuo instrumento. Justificándose en un presunto (o real) clientelismo, se termina siendo funcional al macro clientelismo que nos desapodera de nuestro patrimonio público a favor de los negocios concentrados.



Endeudamiento eterno, extranjerización de los sectores privados de la economía, desindustrialización y destrucción de la clase obrera, son ejes que consolidan la dependencia.



De allí que pagar para no trabajar, solo para consumir, resulta de una gravedad inaudita.



-Nótese que aquí estamos tocando fondo: el trabajo y la conciencia de la muerte son las dos notas antropológicas últimas. La pérdida del trabajo es la inseguridad absoluta, que afecta a lo humano como tal[4].

No cabe duda que se deben priorizar las inmediatas soluciones que porque las padecen demandan los argentinos, priorizando en forma urgente a los más vulnerables.



Pero cuidado con las simplificaciones, aprovechemos para avanzar en la imprescindible visión integral.



Estamos frente a la oportunidad de discutir el contenido del Proyecto Nacional.





¿Qué se propone ser la Argentina?


Para que haya un Proyecto Nacional (PN) se requieren tres componentes:



a) el argumento

b) una infraestructura económica

c) voluntad de realizarlo



Concretarlo implica una inevitable ruptura con el proyecto anterior, en el caso el antiproyecto, originando una nueva legitimidad aunque haya períodos de coexistencia.



Todo PN libera y moviliza reservas (población y recursos naturales) hasta ese momento sin uso o marginadas o conflictivas. De lo que deriva que todo PN genera y organiza su propia población y consagra (aún sacraliza) los productos naturales que privilegia. Rehace o reorganiza su espacio físico-geográfico.



El mundo dominante tiene superpoblación, sufre un agotamiento de los recursos naturales y la superindustrialización apela a la automatización y la robótica.



Nosotros, producto de la escasa población con relación al territorio, y de la falta de explotación extractiva, contamos con la mayor reserva de materias primas y alimentos del mundo, y abundante mano de obra disponible.



Cómo es posible asumir el planteo de filósofos como el francés André Gorz quien justifica este tipo de subsidio universal para no trabajar fundándose en el desempleo como irreversible.



Insisto, el trabajo es el instrumento resolutor de los problemas del país, porque media entre la necesidad y la satisfacción.



Disuelve el obstáculo.



Justamente la población marginal o grupos desfavorecidos resultan a veces instrumentos aptos para el cambio.



Pensar el desempleo como una cuestión estructural e insuperable tanto para la Argentina como para América del Sur no es real. En un país y un Continente en los que está todo por hacer, el pleno empleo es un imperativo moral y un instrumento ineludible para limitar y ocupar nuestro espacio, desarrollándonos.



Fundamentalmente recordemos que la cultura del trabajo sólo se adquiere con el trabajo ya que no hay tecnología ni modernismo capaz de equipararse a lo empírico.



El eje liberador sin lugar a dudas es el trabajo ciudadano, como derecho universal.



Poner los recursos al servicio del trabajo es revertir el antiproyecto, que, como se ha dicho, tiene como enemigo último al trabajo y al trabajador, a quien ataca y necesariamente destruye, porque es lo diametralmente opuesto a la especulación que quiere institucionalizar.



Si construir una comunidad justa es el argumento compartido, verifiquemos que el instrumento sea apto para un cambio estructural y permanente.



¿Por qué no asignar igual recurso con destino a la relocalización productiva que la Argentina necesita?



¿Por qué no planificar la ocupación plena de nuestro espacio territorial?



¿Por qué no acordar con el capital productivo la sostenibilidad económica de nuevos emprendimientos?



Recordemos que todo proyecto se financia a sí mismo, ya que es financiado por el trabajo y la nueva riqueza incorporada. E ahí la infraestructura económica que lo sustenta.



¿Qué necesitan los argentinos?


Los argentinos en gran medida (…) necesitan y requieren tener TRABAJO (originante de salario) y VIVIENDA (con la infraestructura social).



¿Y si construimos ciudades totalmente nuevas?



Construir cada ciudad, da trabajo, el trabajo origina salario y ocupa el espacio. A la vez que reconstruye el poder nacional, sobre la riqueza y sobre el territorio.



Tengamos presente que solamente uno de los negocios especulativos de los noventa, el de las AFJP, embolsó en concepto de comisión el equivalente a haber construido 2 ciudades enteras como la de La Plata, que de haberlas hecho serían nuestras y además hubieran generado unos 4 millones de puestos de trabajo.



Lo traigo a cuento porque justamente se trata de un tema a acordar. La construcción planificada y concentrada de viviendas es la que transforma el país.



No es lo mismo 500 mil viviendas desparramadas o repartidas sin inserción en un Proyecto de País, qué concentradas según el propio proyecto. Y esto ineludiblemente se debe acordar, para superar el natural acotamiento que impone la demanda territorial.



Sabemos que para ser tal, un PN debe concertar los “ideales” con los “intereses”. Y si bien genera dentro de sí al oficialismo y a la oposición (y fuera de sí al enemigo), el desafío es una profunda reforma política, ya que



12.1. Solo hay dirigencia genuina cuando hay Proyecto Nacional. Sin Proyecto Nacional solo hay beneficiarios, no dirigentes[5].



En suma, no estamos discutiendo un instrumento, en el caso un ingreso ciudadano a un grupo etáreo, sino ponerlo (a ese o a cualquier otro) al servicio de un nuevo Proyecto de País, que para serlo debe ser necesariamente pueblo céntrico, productivo.



Asumo que adscribo a una propuesta voluntarista. De eso se trata, si uno no tiene voluntad de ser está en la voluntad de otro, que está más que claro, quiere que no seamos.



Frente al antiproyecto que se resiste a ser cambiado la propuesta es que lo universal sea el trabajo ciudadano.



JLDL/



N&P: El Correo-e del autor es José Luis Di Lorenzo dilorenzo@fibertel.com.ar